LA QUINTA ESENCIA


El autómata


Y el autómata seguía con su mecánica función.
Día tras día, hora tras hora, minuto a minuto y segundo a segundo.
En ningún momento se detuvo, en ningún momento su mente tomó el control de su frío cuerpo y pudo decidir sobre sus actos.

Siguió con la mirada perdida, girando su tétrico e inexpresivo rostro, el cual no era más que una máscara.
Siguió extendiendo su esquelético brazo de metal, siguió moviendo sus cadavéricos dedos artificiales.
Siguió, y siguió.

Pero un día, para su sorpresa, se detuvo.
La suntuosa llave que le daba cuerda se paró en seco.
Y el autómata pudo, por unos momentos, retomar la conciencia.
Sus ojos grises recuperaron su color, y pudieron observar el el mundo que le rodeaba.
Vio la luz del cielo a través de la pequeña ventana de su reducido y oscuro cuarto.

Se sintió libre y quiso salir...
Pero algo destrozó todas sus esperanzas.
Un anciano se acercó, y girando varias veces la llave antes detenida, volvió a dar cuerda al autómata que contemplaba impotente.


El triste hombre mecánico apenas tuvo tiempo de lamentarse.
Y sin poder evitarlo, su conciencia se evadió, dejando su cuerpo inerte de nuevo, a merced de los movimientos incontrolados.
La inexpresividad volvió al autómata para el resto del tiempo...

Y su alma quedó encerrada entre los fríos mecanismos, perdida por siempre jamás.