LA QUINTA ESENCIA


Tumbas


¿Por qué ese culto a los muertos?
¿Por qué la gente construye tumbas, panteones, mausoleos...?
¿Por qué se visitan las tumbas, se dejan flores, se les adora de esa manera?

Más allá de la mera finalidad de eliminar los cadáveres de nuestro entorno, se rinde un culto impresionante a los muertos. Incluso hay un día dedicado a ellos.

Nosotros somos un cuerpo movido por una mente, al igual que una mano mueve una marioneta. El cuerpo en sí no es más que un amasijo de células, sin valor alguno. Pero cuando detrás de ese cuerpo hay una mente que lo controla, la cosa cambia.

En la mente están los recuerdos, los sentimientos, la inteligencia... en resumen, todo.
Pero cuando morimos la mente escapa, se evapora. Y se queda el cuerpo, una coraza vacía, corrompiéndose por la ausencia de vida.

Cuando la persona muere, lo único que queda de ella son los recuerdos que ha dejado en las personas. No hace falta visitar una tumba (en la que al fin y al cabo sólo vemos un trozo de muro, no vemos siquiera el cadáver) y llevarle flores, o tener una urna con sus cenizas en el salón.
Debemos recordar a la persona por como fue en vida, y no honrar un simple cadáver descompuesto.
Lo importante es que la persona haya dejado huella a su muerte, que sea recordado y que su vida perdure (de alguna forma) en la mente de las personas. No importa si el mausoleo es de mármol o si el ataúd es de pino, una vez muerto lo demás no importa.



La tela de Penélope o quién engaña a quién


Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto), casado con Penélope, mujer bella y singularmente dotada cuyo único defecto era su desmedida afición a tejer, costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas.

Dice la leyenda que en cada ocasión en que Ulises con su astucia observaba que a pesar de sus prohibiciones ella se disponía una vez más a iniciar uno de sus interminables tejidos, se le podía ver por las noches preparando a hurtadillas sus botas y una buena barca, hasta que sin decirle nada se iba a recorrer el mundo y a buscarse a sí mismo.

De esta manera ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada.

Augusto Monterroso