LA QUINTA ESENCIA


Duelo a la Muerte


Allí estaba... en un olvidado cajón del viejo desván.
Cubierta de polvo por el paso del tiempo, la vieja cajita que tantos recuerdos te traía.
Retiras el polvo y la abres con sumo cuidado, destapando al mismo tiempo los recuerdos de tu infancia, también cubiertos de polvo... de polvo del olvido.


Y allí estaba la preciosa baraja del tarot, herencia de tu abuela. Las cartas cuidadosamente ilustradas con esas imágenes, algo desteñidas por el paso del tiempo, con los bordes finamente troquelados que tanto te gustaban.
Vas pasando las cartas una a una: El Loco, La Torre, La Rueda de la Fortuna, El Mago... y llegas a la carta que tanto temías de pequeña... La Muerte.

La observas, la miras atentamente y notas como si ella te devolviera la mirada.
Te estremeces recordando como, de niña, soñabas con su fría mirada persiguiéndote; en una carrera incesante en la que ella siempre te ganaba.

Decides pasarla, la colocas al final de la baraja, y sigues mirando las demás.
Una vez más, te ha vencido. Su mirada ha podido contra la tuya. Al igual que en tus sueños infantiles.


Sin embargo, te lo piensas mejor. No, no puedes dejar que te gane otra vez. Ya no eres una niña, tienes que vencerla.
Así que la sacas y la llevas hasta la vieja chimenea. Y al cabo de unos pocos minutos ves como la carta prende, y el fuego la va consumiendo. Y la miras triunfante, porque por primera vez le has ganado, y esta vez es para siempre.

Para siempre, o eso creías.

Porque desde entonces, todas las noches ella venía a visitarte en sueños, para quemarte en la hoguera una y otra vez; para dejarte claro que tú nunca podrás vencerla.



Otra vez...


Otra vez...
La recuerdas... recuerdas cómo le mirabas, como siempre estabas pensado en ella, y cómo ni siquiera te atrevías a hablarle.
Recuerdas que fuiste tan cobarde que ni te despediste de ella, y aún te arrepientes de ello.


Y lloras. Lloras amargamente la pérdida de aquella persona, seguramente la única a la que amaste. Lloras porque no la volviste a ver, porque no le pudiste decir todo aquello que te habías callado.
Se te amontonan las cosas que decirle cada vez que piensas en ella, pero ahogas tus palabras ya que sabes que nunca le podrás decir nada.


El recuerdo te martillea, y penetra en lo profundo de tu ser, para provocarte una melancolía infinita.
"Nunca la debiste dejar pasar", te dices; ahora que ya no puedes hacer nada.

Y día tras día; ella te atormenta con su ausencia, arrancándote un pedazo de alma a cada vez.


Otoño.


Otoño, esa estación.
Esa estación de cielos de color gris, de melancolía.
Otoño... tedio, tardes mirando por la ventana como cae la lluvia...
Otoño... tristeza, amores olvidados, amistades perdidas...
Lágrimas que acaban en un charco sucio bajo la lluvia, condenadas a la indiferencia, a los malos recuerdos...

Otoño... espejo de mi alma en los días grises. Reflejo de mis sentimientos cuando pienso en ti... cuando la tristeza me inunda...


Al igual que los árbloes pierden las hojas secas y muertas, quedándose desnudos; mi alma se rompe en fragmentos corruptos, que se deshacen en la nada del espíritu y dejan vacía mi alma... convirtiéndome en un fantasma en vida.

Llueve. El cielo gris cubre mi mundo.


Otoño.